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martes, 23 de febrero de 2010

Soyuz 5. A veces el diablo va, y se pone de tu parte.




A principios de los años sesenta, la Guerra Fría entre americanos y soviéticos, traslada su campo de batalla al “espacio”. Su objetivo: la Luna. Su objeto: la ostentación de poderío militar. Ambos países rivalizaban mostrando al mundo de forma discreta sus misiles capaces de cualquier cosa. Mientras los americanos caminaban con paso firme y lento, los soviéticos lo hacían dando continuos golpes de efecto: primer satélite en órbita, primer ser vivo, primer hombre, primera mujer en el espacio, etc. etc. … A pesar de la ficticia ventaja, los soviéticos perderían con la muerte de su genio y mentor, Serguei Korolev en 1966, todas las opciones de victoria. Mientras los americanos orbitaban la Luna a finales de 1968, los soviéticos aún estaban haciendo ejercicios de reencuentro y acoplamiento en la órbita terrestre. Y es entonces cuando acaece esta historia, la reentrada mas espeluznante de la carrera espacial.

La nave soviética Soyuz, estaba formada por tres cuerpos: El primero era el módulo orbital que era...
un pequeño habitáculo ovoide que servía de almacén, o para realizar experimentos. El segundo, con forma acampanada, era el módulo de descenso, donde viajaban los cosmonautas; en su parte superior había una escotilla que daba paso al módulo orbital, junto al paquete de paracaídas, y en su parte inferior estaba el escudo térmico y los retrocohetes que suavizaban el contacto con el suelo en el descenso. Y por último, el módulo de servicio de forma cilíndrica, que portaba todo el sistema mecánico de la nave.



En el momento de la reentrada, la nave soltaba el módulo orbital que se desintegraba contra la atmósfera. Una vez realizadas todas las maniobras pertinentes, se desprendía también del módulo de servicio, quedando en caída libre el módulo de descenso que afrontaba el fuerte calor de la fricción atmosférica con el escudo térmico. Por último se habrían los paracaídas y a pocos metros del suelo arrancaban los retrocohetes que suavizaban el contacto.

El 14 de Enero de 1969, la nave Soyuz 4 partía del centro de lanzamientos de Baikonur con el cosmonauta Vladimir Shatalov, rumbo al espacio. Al día siguiente lo haría también la Soyuz 5, en esta ocasión con tres cosmonautas: el comandante Boris Volynov(en la foto), el ingeniero de vuelo Aleksei Yeliseyev, y el especialista Yevgeny Khrunov. El objeto de la misión era acoplar las naves en el espacio, transbordar a dos de sus ocupantes de una a otra y retornar a tierra. Todo iba correctamente según los planes preestablecidos, hasta que llegó el momento de realizar la maniobra de reentrada de la Soyuz 5, ahora con un solo ocupante, el cosmonauta Boris Volynov. El módulo orbital se desprendió correctamente, sin embargo cuando ya se encaraba el contacto con la atmósfera, el módulo de servicio quedaba atascado y sujeto al módulo de descenso. En tal situación, la nave afrontaba el choque atmosférico con la escotilla de acceso al módulo orbital y no con el escudo térmico. Boris comunicó el problema a la base, pero estos se quedaron impotentes ante la situación. Intentó varias maniobras sin éxito, lo que le llevó a agotar el poco combustible de que disponía. La fricción exterior contra la atmósfera iba subiendo la temperatura en la capsula. Las gomas que sellaban la escotilla de acceso al módulo de servicio, se fundían y desprendían un humo negro asfixiante. Curiosamente Bolynov mantenía la serenidad, y arrancaba las hojas del libro de a bordo para colocarlas en el centro del mismo, y guardarlo entre sus ropas con el fin de protegerlo lo más posible, a la vez que grababa en la caja negra todas las incidencias que se iban produciendo en su trágico descenso. Puesto que la maniobra se estaba realizando de forma invertida, Boris permanecía colgado de los arneses de seguridad y no sentado sobre su sillón, situación ésta muy incómoda, incluso dolorosa. Cuando la temperatura se hacía insoportable, un fuerte golpe sacudió la nave, y de repente Bolynov caía sentado en su sillón. El módulo por fin se había desprendido, y la nave caía ahora con el escudo térmico por delante. El cosmonauta respiraba aliviado, se había salvado de una muerte segura. Pero poco le duraría esta tranquilidad. La nave caía descontrolada y girando sobre su eje, el combustible estaba completamente agotado, y los motores encargados de recuperar la estabilidad no se encendían. Llegado el momento, los paracaídas se abrirían de forma automática y quedarían enroscados sin posibilidad de abrirse, como así ocurrió. Ahora, Boris, se resignaba a morir aplastado. Pero cuando estaba a pocos metros del suelo, los paracaídas fueron cogiendo aire y rápidamente se abrieron. Por segunda vez en pocos minutos se salvaba de una muerte más que segura. La falta de combustible hizo que los retrocohetes de frenado no se encendieran, y el impacto contra el suelo fue terrible, hasta el punto de partirse varios dientes. Pero las penalidades no acabarían aquí. La capsula había caído en los Urales al atardecer y en medio de una fuerte nevada. La temperatura exterior marcaba 38 grados bajo cero. El equipamiento del cosmonauta no estaba preparado para aquellas temperaturas, y los helicópteros no localizaban el lugar de la caída. Todo apuntaba a que tendría que pasar la noche allí, y en aquellas condiciones la muerte le sobrevendría por congelación. Sabía que allí no se podía quedar, y que con aquella ropa no podría ir muy lejos. Decidió salir a la aventura, y después de andar a duras penas por la nieve, vio que detrás de una arboleda salía humo. Efectivamente, allí había una cabaña de un pastor que lo acogió aquella noche dándole abrigo. Al día siguiente los helicópteros localizaron la nave, y siguiendo las huellas dejadas por Volynov llegaron a la cabaña donde fue rescatado.

Pero las gracias y desgracias de Volynov no acabarían aquí. Pocos días después, en una cabalgata de cosmonautas en coches por las calles de Moscú, un francotirador erraba su tiro matando al conductor del coche en que viajaba Boris, el coche se estrelló y los cosmonautas resultaron con lesiones leves.

Como dice Joaquín Sabina: “A veces el diablo va, y se pone de tu parte”.

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