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lunes, 26 de abril de 2010

Aseos en el espacio


Recuerdo que cuando era niño y me llevaban a ver castillos o palacios antiguos, siempre salía con la misma duda, y era… ¿Donde estarán los aseos de esta gente? Parecía como si la nobleza fuera tan pulcra que no tuviera necesidades fisiológicas. Eso mismo pasa con las naves espaciales, siempre se nos habla de datos técnicos, de cómo se duerme en el espacio, de cómo se come, pero nunca se nos dice nada sobre la eliminación de desechos humanos. Tema éste que en poco tiempo puede mandar al traste una supermillonaria estación espacial, y no solo debido a las incomodidades que la falta de saneamiento puede ocasionar, sino que en situaciones de ingravidez la proliferación bacteriológica es muy grande, y en pocos días la falta de higiene puede resultar mortífera.

El primer problema en este sentido se produjo
en el primer lanzamiento de una nave americana tripulada al espacio. Se trataba de la misión Mercuri “MR3”, con el astronauta Alan Shepard en su interior. La misión consistía en alcanzar el espacio y sin más dejarse caer de nuevo, lo que algunos dieron en llamar un “salto de pulga”. El viaje duraría unos quince minutos, los cuales serían cinco de ascenso, cinco en estado de ingravidez, y otros cinco de descenso. Dado lo corto de la misión en ningún momento se planteó la posibilidad de necesidades fisiológicas del astronauta. Sin embargo, debido a pequeñas incidencias, la cuenta atrás se fue deteniendo en sucesivas ocasiones, causando un retraso en el lanzamiento de más de cuatro horas. Cuando ya todo estaba solucionado y el lanzamiento era inminente Alan dijo: “Detener la cuenta atrás y bajadme de aquí que no aguanto más las ganas de mear”. El jefe de comunicaciones con la nave le dijo que eso era imposible, y ante un tira y afloja se llegó a la conclusión de que se lo hiciera en el traje espacial. Dada su posición inclinada en la nave, el templado elemento le subió hasta el cuello, llegando a introducírsele en el mismo casco. A partir de aquel momento los astronautas de las Mercuri siempre utilizarían pañales, lo cual impulsaría la mejora en la calidad de los pañales de los niños.

Según fueron aumentando la duración de los viajes espaciales, los sistemas de recogida de deshechos fueron evolucionando. En las naves Géminis y Apolo el sistema de recogida de orina era mediante bolsas, que se insertaban en el pene mediante una especie de preservativo y una válvula de no retorno para evitar posibles derrames. El contenido de estas bolsas era expulsado al espacio, lo cual formaba una espacie de nube que acompañaba durante un buen rato a la nave, impidiéndole la visión del espacio exterior. Por otro lado, la recogida de heces era más complicado, para ello existían unas bolsas con una abertura que contenía un adhesivo para pegarlas a las nalgas, los problemas venían cuando se soltaban o había que ayudar con las manos a la circulación del preciado elemento a través de la bolsa. Después las deposiciones eran almacenadas en cajas usadas de comida, y traídas de vuelta a la Tierra para proceder a su análisis. Pero el problema que persistía eran los olores, que convertían a aquellas naves en auténticas pocilgas. James Lowel (comandante del famoso Apolo 13), llegó a decir que era como vivir diez días en los servicios de un bar de carretera.

Los que evolucionaron con rapidez en este sentido fueron los soviéticos, los cuales centraron la actividad espacial en la construcción de estaciones, aportando muchas mejoras en este aspecto. Comenzaron instalando un pequeño inodoro en el módulo de servicio de las naves Soyuz, que perfeccionaron hasta tal punto que hoy en día los dos váteres que hay en la estación espacial internacional(en la foto) son de fabricación rusa.

Aunque no tan buenos como los rusos, los americanos también instalaron los primeros servicios en el transbordador espacial. Esencialmente consisten en lo siguiente: Por un lado tenemos el recogedor de orina, el cual es un tubo con una ligera succión de aire que la absorbe hasta un depósito. Al extremo del tubo se le añade una boquilla personal diferenciadas por colores, y con distinta forma si es para hombre o mujer. Luego el líquido del depósito sufre un proceso de reciclaje que lo convierte en agua potable listo para ser bebido nuevamente.



El inodoro propiamente dicho, funciona también por una succión de aire que lleva las heces hasta un depósito donde se compactan y hacen paquetes, en un principio eran expulsados al exterior, y luego serían introducidos en naves de transporte sin sistemas de retorno (Progress), desintegrándose al entrar en la atmósfera. Pero el problema del inodoro es que requiere de un aprendizaje, que como todo, se realiza en tierra. Debido a que la boca de succión del inodoro no puede ser muy grande, ya que requeriría de unos potentes motores, la conexión trasero desagüe tiene que ser perfecta, para ello se practica en tierra con un falso inodoro que tiene una cámara de vídeo incorporada en el agujero de salida, y frente al practicante un monitor de televisión el cual le permite mediante una cruz central apuntar con precisión al desagüe. Esta posición ha de memorizarse para que una vez en vuelo no sucedan situaciones desagradables que puedan alterar la convivencia en el espacio. Por otro lado, el inodoro está provisto de dos asideros para los pies, y dos brazos giratorios que pasan por encima de los muslos sujetando al astronauta. Hoy en día las naves y la estación espacial cuentan con un sistema de ventilación y de filtros antiolor que hacen de la estancia un lugar agradable.

Otro problema importante son las salidas al espacio, para ello en la actualidad se utilizan pañales y en el caso de los hombres pueden elegir también bolsas. En el caso de las deposiciones se procuran organizar para contenerse hasta que estén de nuevo en la estación.

El servicio tanto en el transbordador espacial como en la estación es un habitáculo similar al de los aviones, que cuenta también con un lavabo consistente en un espacio cerrado donde se introducen por unas ventanas las manos, por un lado sale el agua y por otro es succionada mediante una corriente de aire.



Entre los conocimientos y preparación que tiene que tener un astronauta se encuentra la fontanería, puesto que una avería del váter espacial es considerada como una reparación de primera necesidad.

Los costes de lanzamiento son tan elevados, que antes de enviar cualquier artilugio al espacio este ha de ser perfectamente estudiado y comprobado su funcionamiento en tierra. Todos estos sistemas de saneamiento fueron experimentados en el famoso avión de gravedad cero, que se deja caer desde más de diez mil metros de altura logrando una situación de compensación de la gravedad similar a la espacial. Los sistemas de succión de orina no tenían mayor inconveniente, puesto que a los voluntarios se les hacía beber una gran cantidad de agua para hacer coincidir sus necesidades fisiológicas con la duración del vuelo. El problema surgía con las deposiciones, para lo cual el avión con su tripulación al completo permanecía en situación de guardia a la espera de que a algún voluntario le sobrevinieran sus necesidades. En este momento, como si de una situación de guerra se tratase, el avión despegaba con su tripulación al completo para proceder a realizar el experimento.

Uno de los sistemas que resultó más complicado de solucionar fue el de recolección de orina para las mujeres. Quizás uno de los más curiosos fue una especie de consolador que se introducía por la vagina y de esta forma sujetaba el receptáculo para la orina, por supuesto no tuvo buena aceptación entre las féminas. Esta y otras perrerías similares fueron llevadas a cabo por una voluntaria anónima, de la cual sus compañeros decían que había que hacerle un monumento. Al final, para salidas extravehiculares se siguió utilizando el pañal.


Agradecimiento.- Quiero aprovechar la ocasión para agradecer a mi amigo Javier Casado la valiosa información prestada para realizar este y otros artículos.

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jueves, 22 de abril de 2010

El incidente del Apolo 12


Cuando hablamos de las naves espaciales Apolo, se nos vienen a la memoria dos números: el once y el trece. Sin embargo, hubo otras más que llevaron a cabo misiones de gran trascendencia, y sufrieron incidentes que pusieron en peligro la vida de sus tripulantes y el éxito de la aventura espacial. Los gastos eran extraordinarios, y la gente empezaba a dudar de la rentabilidad de un programa lunar, por lo que cualquier tipo de fallo era ocultado discretamente dentro de sus posibilidades. Uno de los incidentes ocurridos en aquella época y que pasó inadvertido, debido fundamentalmente al éxito de la misión, fue el del Apolo 12.

La mañana del 14 de Noviembre de 1969 estaba bastante fea en Florida. Llovía ligeramente y había nubes dispersas a 250 metros de altura y completamente cubierto a 3.000. Todo estaba dispuesto para lanzar el supergigante Saturno V con tres pasajeros hacia la Luna. Ellos eran el comandante Charles Conrad, el piloto Richard Gordon, y el piloto del módulo lunar Alan Bean. Un avión de reconocimiento de las fuerzas aéreas confirmaba que no había indicios de tormenta en un radio de 32 kilómetros. A pesar de estas inclemencias, los ingenieros de vuelo consideraron que no había...
ningún problema en seguir con la cuenta atrás. Además, se contaba con la presencia del presidente Nixon, al fin y al cabo ya se había volado más veces con lluvia.



Alan Bean estaba nervioso, esta era una nueva experiencia para él, nunca había salido al espacio, sin embargo Conrad y Gordon ya eran veteranos de las Géminis. Mientras, John Aaron(en la foto), un joven ingeniero director de vuelo, se afanaba comprobando sus paneles de control, todo parecía correcto. Aaron había nacido veinticuatro años antes en Wellinton (Tejas), y se graduó en física en “Oklahoma Southwestern State University”. Terminada su carrera, se retiró con un desconcertante futuro al rancho de su padre, pensando que quizás la profesión de ganadero era la que le aguardaba. Sin embargo a instancias de un amigo, presentó una solicitud para la Nasa que en aquel momento buscaba ingenieros. Fue admitido y pronto se incorporó a su nuevo trabajo, especializándose en control de vuelo de sistemas eléctricos. Pocos meses después y con solo veintiún años, ya estaba trabajando en el proyecto Géminis.

Los Saturno V nunca habían dado ningún problema en los lanzamientos, no era de esperar que fuera a darlos ahora, todo estaba perfectamente controlado. De todas formas, tener tres hombres sentados sobre una bomba de más de 2.000 toneladas de explosivo no es para sentirse muy tranquilo.

Poco a poco, la cuenta atrás fue llegando a cero, y los motores empezaron a rugir de forma atronadora, como nunca se oyó ningún ruido sobre la faz de la Tierra. El cohete comenzó a elevarse suavemente sobre una nube de gas blanco que envolvía su base. Rápidamente se fue perdiendo entre las bajas nubes, y solo quedó por unos instantes la luz del fuego que brotaba de sus enormes motores. Pero pasados treinta y seis segundos algo ocurrió, todas las alarmas comenzaron a saltar. Conrad veía como se encendían sin ningún sentido todo un mundo de lucecitas, más parecidas a un macabro árbol de Navidad. El público presente había sido testigo de cómo un rayo había caído sobre el Apolo, el cual había alterado el funcionamiento de los controles. Su forma estilizada y su chorro de gases de escape habían actuado como un enorme pararrayos que serviría de descarga para la electricidad almacenada en las nubes. La descarga hizo saltar los circuitos de protección de la mayor parte de los sistemas eléctricos del Apolo, lo cual desactivó la fuente de energía principal, entrando las baterías de reserva. El nerviosismo atenazaba a los controladores, y las discusiones sobre posibles actuaciones comenzaban a proliferar. Había que tomar decisiones rápido, lo más prudente era abortar la misión, pero nadie estaba dispuesto a tirar la toalla tan rápidamente.



Dieciséis segundos después, un segundo rayo agravaba aún más todos los problemas. El cohete continuaba su ascenso como si el problema no fuera con él. La telemetría ahora no llegaba a la base, y los nervios iban en aumento. En aquel momento, ni los astronautas ni los técnicos de tierra sabían que un par de rayos habían caído sobre el Saturno. El cohete con su cápsula Apolo en la ojiva, estaba viajando en este momento a más de mil quinientos kilómetros por hora, y literalmente a ciegas. El director de vuelo Gerry Griffin se dirigió a Aarón, encargado de los sistemas eléctricos, pero éste no estaba recibiendo ningún dato telemétrico, por lo que no sabía ni siquiera si la nave seguía la trayectoria correcta. En aquel momento, recordó que hacía un año, en las simulaciones de vuelo había ocurrido un caso similar y cómo se había resuelto. Inclinándose hacia el micrófono que comunicaba con la nave dijo: “Apolo 12, probad SCE en auxiliar”. Ni el comandante Conrad, ni el director de vuelo Griffin, ni el responsable de comunicaciones Paul Weitz, sabían qué quería decir aquello. Pero Alan Bean, recordaba que cerca de su asiento, había un interruptor denominado SCE (de Signal Condition Equipment), el cual situó en la posición requerida por Aaron. A partir de este momento, las señales de telemetría se restablecieron, y el control de la misión fue capaz de determinar cuáles eran las condiciones actuales del vehículo. Poco a poco, todos los problemas se iban solucionando en el Apolo 12, y todo parecía indicar que la misión podía continuar. El resto del viaje se realizó sin ningún otro incidente, y la segunda misión de la historia a la Luna resultó todo un éxito.



Una vez terminada la misión, se analizó concienzudamente el incidente, y se determinó que en realidad no había sido una descarga de un rayo como tal, sino que había sido el propio cohete durante su ascenso a través de la atmósfera cargada de electricidad el que había provocado la descarga. De hecho en la zona no hubo más rayos ni antes ni después. A partir de aquel momento, el entorno de las plataformas de lanzamiento fue equipado con sensores encargados de medir la carga eléctrica presente en el ambiente; en las torres de lanzamiento se instalaron pararrayos; la nave Apolo fue ligeramente modificada para reducir los posibles daños causados por grandes descargas eléctricas; y los protocolos de lanzamiento también sufrieron distintos cambios en situaciones meteorológicas adversas. Todas estas mejoras técnicas aún se siguen manteniendo en la actualidad.


Recreación del lanzamiento del Apolo 12 según la serie:"De la Tierra a la Luna". El actor con gafas de montura negra da vida al personaje de John Aaron.

John Aaron, se ganaría el respeto y la admiración de sus compañeros, que aún se vería ratificado con su gran labor en el accidente del Apolo 13, cuando reprogramó todo el sistema eléctrico de la nave, con el fin de ahorrar la energía suficiente para las maniobras de reentrada en la atmósfera terrestre. Una vez terminado el programa Apolo, Aaron trabajaría en otros programas de la NASA como el Skylab o el transbordador espacial, siendo director del Centro Espacial Johnson hasta el año 2000 en que se jubilaría. En este momento es alcalde de un pueblecito del estado de Texas llamado Meadowlakes, que gira en torno a un campo de golf.

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