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lunes, 8 de noviembre de 2010

Los horrores de Mittelwerk


El último día de la Primera Guerra Mundial para algunos alemanes fue el principio de la Segunda. No fue ni más ni menos que un tiempo de descanso, recuperación económica y rearme para volver a las andadas. Mediante el Tratado de Versalles, a los alemanes se les prohibía la fabricación de cualquier tipo de armamento pesado, sin embargo ellos argumentaban que el Tratado no decía nada sobre los cohetes. Los alemanes vieron en la cohetería una nueva forma innovadora de transporte de bombas, solo que aún necesitaban un tiempo para controlar este nuevo tipo de máquinas.

En 1932 el ejército alemán con la colaboración de un grupo de jóvenes aficionados a los cohetes, cedían las instalaciones de un campo de tiro en las afueras de Berlín para todo tipo de prácticas. Pronto el desarrollo de los cohetes fue tan grande que las alturas que alcanzaban estos suponían un riesgo para las zonas habitadas, por lo que hubo que tomar la determinación de trasladarse a otro lugar. En 1937 se creaba en Peenemünde, frente a la costa del Mar Báltico, una nueva base de lanzamiento de cohetes denominada:”Estación Experimental del Ejército Peenemünde” Al frente de la cual y como director técnico se encontraba el joven de 25 años Wernher Von Braun. La base fue un lugar secreto hasta que en plena contienda, la RAF mediante un vuelo de reconocimiento fotográfico, localizó las instalaciones de lanzamiento de cohetes. En la noche del 17 de Agosto de 1943, los Británicos bombardearían la base alemana, causando grandes destrozos que no llegaron a ser totales debido a un pequeño error de cálculo posicional.

Esta situación llevaría a Hitler a trasladar de nuevo la base de producción de los ya misiles V2 a otra zona, siendo en esta ocasión unas minas abandonadas en las montañas Harz a unos cuatrocientos kilómetros al sudeste de Peenemünde, cerca de la localidad de Nordhausen. Las minas consistían en dos largos túneles paralelos de cerca de dos kilómetros de longitud, y unidos por pasillos a modo de traviesas de tren, los cuales fueron agrandados por mano de obra esclava, suministrada desde el cercano campo de concentración de Dora. La nueva fábrica sería conocida con el nombre de “Mittelwerk”.

Con la ocupación americana de Alemania saldrían a la luz las atrocidades cometidas por los nazis en aquellas instalaciones. En los túneles de Mittelwerk se estima que entraron alrededor de 50.000 prisioneros, y solo salieron con vida la mitad de ellos, eso quiere decir que murieron unas cinco veces más de personas en la fabricación de los V2 que las muertes causadas directamente por este arma. La fase más dura fue la de expansión del sistema de túneles, en la segunda mitad de 1943. El proceso de excavación fue de una dureza inenarrable. Los obreros trabajaban en turnos de doce horas, extrayendo la piedra a pico y pala, arrastrando pesadas vagonetas cargadas de escombros. Sin apenas alimentación y escasas cantidades de agua y sin salir nunca de los túneles. Entre polvo, humedades, durmiendo en el suelo, sin instalaciones sanitarias, donde las enfermedades como el tifus, la disentería, la tuberculosis y la simple inanición acababan frecuentemente con la vida de aquellos que no morían trabajando. Azuzados por los látigos de los “capos”, trabajaban sin descanso, y si alguno se revelaba era rápidamente ahorcado y exhibido su cuerpo colgado durante días a sus compañeros de forma ejemplar.

Posteriormente los cadáveres eran incinerados en los crematorios de Buchenwald, hasta que se construyeron nuevos hornos en Dora.

Otra etapa de extremada dureza fue la evacuación de las instalaciones ante la llegada de las tropas aliadas. Los prisioneros, agotados y famélicos, eran hacinados en trenes y forzados a realizar extenuantes marchas a pie, en las que centenares morían por el camino. Los más débiles o enfermos fueron tiroteados o encerrados en establos y quemados vivos por las SS antes de abandonar las instalaciones. Los que consiguieron sobrevivir terminarían sufriendo toda la vida los efectos sicológicos producidos por la barbarie humana vivida.

Posteriormente los soviéticos bombardearían las puertas de los túneles para cerrarlos, y hoy en día se puede visitar una pequeña parte de la fábrica abierta al público.

En un discurso pronunciado por el General Walter Dornberger, director del complejo de Peenemünde, diría: “Hemos entrado en la era espacial”.

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