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jueves, 6 de mayo de 2010

Las esposas de los astronautas


De todos es conocido el hermetismo informativo soviético en los años sesenta. En plena carrera espacial solamente se sabía en occidente de los éxitos y pocas cosas de sus fracasos. De igual manera, los nombres de los cosmonautas solo se conocían cuando realizaban un logro que precisaba ser divulgado a los cuatro vientos (Gagarin, Tereskova, Leonov…). Esta forma de trabajo era bien distinta en sus homónimos norteamericanos. En un país de estrellas de Hollywood, cantantes de rok y deportistas de élite, los astronautas venderían su imagen como héroes que se enfrentaban a algo tan arraigado en la cultura americana como la aventura y la exploración. En el capitalismo el marketing era algo fundamental, al fin y al cabo Estados Unidos se estaba gastando una auténtica millonada de dólares, que alguna satisfacción tendría que reportar a sus contribuyentes. Salvo en los momentos previos a una misión, los astronautas tenían que viajar continuamente por... todo el mundo dando charlas, asistiendo a comidas, cenas de gala y cualquier evento que pudiera resultar propagandístico. Muchos de ellos se lamentarían después de no haber disfrutado de su familia. La prensa sensacionalista no solo perseguía a los astronautas, sino que prácticamente asaltaba sus casas intentando obtener alguna declaración de sus esposas, incluso de sus hijos. Ante estas situaciones la NASA aleccionó a las mujeres de los astronautas para que siempre supieran dar una imagen de familia feliz prototipo americana. También se preocupó de acomodarlas todas juntas en Clear Lake, una zona residencial en las afueras de Houston. La imagen que las consortes pudieran dar era parte del show americano.

El sueldo de un astronauta en los años sesenta giraba en torno a los 20.000 y 30.000 dólares, una cantidad importante para la época, pero esta se vería casi duplicada por un contrato con la revista “Life”, que además incluía un seguro de vida que las aseguradoras se negaban a hacer a los astronautas, en el cual se requería la exclusividad de declaraciones, no solo de los astronautas sino de sus esposas. Esto de alguna manera disculpaba los enfrentamientos con el resto de la prensa. La revista Life, en consonancia con la NASA, edulcoraba todas las situaciones pareciendo vivir en una película rosa con final feliz.

Pero la vida de las esposas de los astronautas no era tan glamurosa como se pretendía aparentar. Las largas separaciones de sus maridos las hizo unirse, llegando a formar una especie de club de amigas que intentaban apoyarse, aunque a veces se produjera el efecto contrario. Las reuniones de té y las meriendas eran habituales, y no digamos durante las misiones, que se reunían en la casa del astronauta que volaba. Allí la NASA instalaba un sistema de megafonía donde podían seguir las conversaciones de los controladores con sus maridos.


(Lanzamiento del Apolo 8 en casa de los Borman)

Los accidentes no sobrevenían en el espacio sino en tierra, y la soledad y la tensión les llevaría en algunos casos a la depresión e incluso al alcoholismo, como fue el caso de Susan Borman (en la foto, con sus hijos detrás observando el lanzamiento del Apolo 8). Joan Aldrin llegaría a decir:”Desearía que fuera un conductor de camión, un carpintero, un científico, lo que fuera menos lo que es. Quiero que haga lo que quiere, pero no quiero que lo haga”. Las constantes ruedas de prensa suponían un estrés para muchas de ellas, ya que sus declaraciones tenían que estar en consonancia con la política de la NASA, sin interferir en el trabajo de sus maridos. En cierta ocasión el jefe de la Oficina de Vuelos Espaciales Tripulados, George Mueller, les aconsejaría que se limitaran a decir que estaban orgullosas, emocionadas y felices, y que cualquier otra cosa que pudieran sentir sería mejor no mostrarla.


Declaraciones de Marilyn Lovell y Susan Borman.

Se las procuraba tener apartadas de la vida social de los astronautas. Como diría la esposa de Deke Slayton: “A la NASA le encanta que salgáis en las fotos, sin embargo siempre quiere que luego os quitéis de en medio”. Para ellas el papel de las esposas estaba claramente definido: “Nuestro trabajo es llevar la casa, cuidar de los niños, y no hacer preguntas”. A parte de sus constantes viajes, los astronautas vivían a caballo entre Houston y Cabo Cañaveral. Mientras en Houston la vida era plenamente familiar, en el Cabo había un mayor grado de libertad. “Había montones de chicas guapas con fantasías de amor con un héroe del espacio”, como diría Gene Cernan. Por eso a las mujeres nunca se las invitaba a ir a Florida, y si lo hacían era con permiso expreso de Deke Slayton, jefe de la Oficina de Astronautas. De alguna manera, el salario lo justificaba todo.


Recreación de una reunión de esposas de astronautas según la serie "De la Tierra a la Luna".

Más difícil aún fue la situación de las viudas. Cuando Chalie Bassett se estrelló con su reactor, su esposa Jannie se sintió tan aislada que no pudo seguir viviendo en Houston. Pat Whait sufría constantes ataques de ansiedad, se sentiría ninguneada por la NASA y poco después también se marcharía de Clear Lake. Los divorcios nunca estuvieron bien vistos, sin embargo la Agencia Espacial tendría que rendirse a la realidad de la vida, esta situación sería tratada de tal manera que algunas esposas llegarían a decir que preferían mas marcharse de Houston como viudas que como divorciadas.

Estas circunstancias fueron observadas por reporteros de Life como Dora Jane Hamblin y algunos otros, que veían lo que pasaba, pero sabían que ni los astronautas ni la NASA les dejarían decir nada, había que salvaguardar la confianza y el contrato que les unía, y que tantos beneficios les estaba dando.

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