La mañana del 14 de Noviembre de 1969 estaba bastante fea en Florida. Llovía ligeramente y había nubes dispersas a 250 metros de altura y completamente cubierto a 3.000. Todo estaba dispuesto para lanzar el supergigante Saturno V con tres pasajeros hacia la Luna. Ellos eran el comandante Charles Conrad, el piloto Richard Gordon, y el piloto del módulo lunar Alan Bean. Un avión de reconocimiento de las fuerzas aéreas confirmaba que no había indicios de tormenta en un radio de 32 kilómetros. A pesar de estas inclemencias, los ingenieros de vuelo consideraron que no había... ningún problema en seguir con la cuenta atrás. Además, se contaba con la presencia del presidente Nixon, al fin y al cabo ya se había volado más veces con lluvia.
Alan Bean estaba nervioso, esta era una nueva experiencia para él, nunca había salido al espacio, sin embargo Conrad y Gordon ya eran veteranos de las Géminis. Mientras, John Aaron(en la foto), un joven ingeniero director de vuelo, se afanaba comprobando sus paneles de control, todo parecía correcto. Aaron había nacido veinticuatro años antes en Wellinton (Tejas), y se graduó en física en “Oklahoma Southwestern State University”. Terminada su carrera, se retiró con un desconcertante futuro al rancho de su padre, pensando que quizás la profesión de ganadero era la que le aguardaba. Sin embargo a instancias de un amigo, presentó una solicitud para la Nasa que en aquel momento buscaba ingenieros. Fue admitido y pronto se incorporó a su nuevo trabajo, especializándose en control de vuelo de sistemas eléctricos. Pocos meses después y con solo veintiún años, ya estaba trabajando en el proyecto Géminis.
Los Saturno V nunca habían dado ningún problema en los lanzamientos, no era de esperar que fuera a darlos ahora, todo estaba perfectamente controlado. De todas formas, tener tres hombres sentados sobre una bomba de más de 2.000 toneladas de explosivo no es para sentirse muy tranquilo.
Poco a poco, la cuenta atrás fue llegando a cero, y los motores empezaron a rugir de forma atronadora, como nunca se oyó ningún ruido sobre la faz de la Tierra. El cohete comenzó a elevarse suavemente sobre una nube de gas blanco que envolvía su base. Rápidamente se fue perdiendo entre las bajas nubes, y solo quedó por unos instantes la luz del fuego que brotaba de sus enormes motores. Pero pasados treinta y seis segundos algo ocurrió, todas las alarmas comenzaron a saltar. Conrad veía como se encendían sin ningún sentido todo un mundo de lucecitas, más parecidas a un macabro árbol de Navidad. El público presente había sido testigo de cómo un rayo había caído sobre el Apolo, el cual había alterado el funcionamiento de los controles. Su forma estilizada y su chorro de gases de escape habían actuado como un enorme pararrayos que serviría de descarga para la electricidad almacenada en las nubes. La descarga hizo saltar los circuitos de protección de la mayor parte de los sistemas eléctricos del Apolo, lo cual desactivó la fuente de energía principal, entrando las baterías de reserva. El nerviosismo atenazaba a los controladores, y las discusiones sobre posibles actuaciones comenzaban a proliferar. Había que tomar decisiones rápido, lo más prudente era abortar la misión, pero nadie estaba dispuesto a tirar la toalla tan rápidamente.
Dieciséis segundos después, un segundo rayo agravaba aún más todos los problemas. El cohete continuaba su ascenso como si el problema no fuera con él. La telemetría ahora no llegaba a la base, y los nervios iban en aumento. En aquel momento, ni los astronautas ni los técnicos de tierra sabían que un par de rayos habían caído sobre el Saturno. El cohete con su cápsula Apolo en la ojiva, estaba viajando en este momento a más de mil quinientos kilómetros por hora, y literalmente a ciegas. El director de vuelo Gerry Griffin se dirigió a Aarón, encargado de los sistemas eléctricos, pero éste no estaba recibiendo ningún dato telemétrico, por lo que no sabía ni siquiera si la nave seguía la trayectoria correcta. En aquel momento, recordó que hacía un año, en las simulaciones de vuelo había ocurrido un caso similar y cómo se había resuelto. Inclinándose hacia el micrófono que comunicaba con la nave dijo: “Apolo 12, probad SCE en auxiliar”. Ni el comandante Conrad, ni el director de vuelo Griffin, ni el responsable de comunicaciones Paul Weitz, sabían qué quería decir aquello. Pero Alan Bean, recordaba que cerca de su asiento, había un interruptor denominado SCE (de Signal Condition Equipment), el cual situó en la posición requerida por Aaron. A partir de este momento, las señales de telemetría se restablecieron, y el control de la misión fue capaz de determinar cuáles eran las condiciones actuales del vehículo. Poco a poco, todos los problemas se iban solucionando en el Apolo 12, y todo parecía indicar que la misión podía continuar. El resto del viaje se realizó sin ningún otro incidente, y la segunda misión de la historia a la Luna resultó todo un éxito.
Una vez terminada la misión, se analizó concienzudamente el incidente, y se determinó que en realidad no había sido una descarga de un rayo como tal, sino que había sido el propio cohete durante su ascenso a través de la atmósfera cargada de electricidad el que había provocado la descarga. De hecho en la zona no hubo más rayos ni antes ni después. A partir de aquel momento, el entorno de las plataformas de lanzamiento fue equipado con sensores encargados de medir la carga eléctrica presente en el ambiente; en las torres de lanzamiento se instalaron pararrayos; la nave Apolo fue ligeramente modificada para reducir los posibles daños causados por grandes descargas eléctricas; y los protocolos de lanzamiento también sufrieron distintos cambios en situaciones meteorológicas adversas. Todas estas mejoras técnicas aún se siguen manteniendo en la actualidad.
Recreación del lanzamiento del Apolo 12 según la serie:"De la Tierra a la Luna". El actor con gafas de montura negra da vida al personaje de John Aaron.
John Aaron, se ganaría el respeto y la admiración de sus compañeros, que aún se vería ratificado con su gran labor en el accidente del Apolo 13, cuando reprogramó todo el sistema eléctrico de la nave, con el fin de ahorrar la energía suficiente para las maniobras de reentrada en la atmósfera terrestre. Una vez terminado el programa Apolo, Aaron trabajaría en otros programas de la NASA como el Skylab o el transbordador espacial, siendo director del Centro Espacial Johnson hasta el año 2000 en que se jubilaría. En este momento es alcalde de un pueblecito del estado de Texas llamado Meadowlakes, que gira en torno a un campo de golf.
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