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lunes, 4 de octubre de 2010

Neil Armstrong


Ni Marco Polo, ni Cristóbal Colón tuvieron que someterse a exigentes pruebas de selección para comenzar sus aventuras. Hoy en día, una actividad de dimensiones equivalentes, como puede ser el envío de un hombre a la Luna, requiere la participación de miles de personas altamente cualificadas. Y en la cúspide de este organigrama se ha de encontrar un auténtico superhombre.

Los astronautas con los que contaba la Nasa en los años sesenta tenían un nivel de preparación tan alto, que cualquiera de ellos estaba perfectamente capacitado para llevar a cabo la primera misión lunar. Las razones por las que se determinó que fuera Neil Armstong el primero, se deben a cuestiones de organización interna, más que a razones de cualificación personal. Pero en realidad Armstrong no dejaba de ser un personaje no solamente con una preparación excepcional, sino con un talante tranquilo y frío, capaz de solucionar las situaciones más peligrosas sin perder los nervios.

Neil Armstrong nació el 5 de Agosto de 1930 en Wapakoneta (Estados Unidos), en el seno de una familia de posición modesta. Mientras que a cualquier otro niño le hubiera gustado volar aviones, a Neil lo que le gustaba era construirlos, hacía maquetas en papel, cartón, madera, etc. Cuando tenía quince años, con los ahorros de pequeños trabajos, obtuvo el título para pilotar aviones, antes que el carnet de conducir. Sabía que para diseñar aviones lo mejor era saber pilotarlos. Sus padres no podían costearle unos estudios universitarios, por lo que firmó un contrato con el gobierno mediante el que se comprometía a servir en las Fuerzas Armadas a cambio de una beca de estudios, así comenzó la carrera de Ingeniería Aeronáutica. Ante la inminente entrada en guerra contra Corea, fue reclamado por el Ejército, sin terminar sus estudios, para someterse a una fase de adiestramiento y su posterior envío al país asiático. Allí viviría los momentos más duros de su vida al ver como desaparecían muchos de sus compañeros y amigos íntimos. En cierta ocasión, en un ataque en vuelo rasante, un cable antiaéreo le arrancó parte de un ala de su avión, en esta situación Neil mantuvo la calma, y poco a poco fue llevando de forma precaria su reactor hasta conseguir llegar a territorio de Corea del Sur, allí se eyectó del aparato y calló sobre un arrozal donde fue rescatado poco después. Una vez finalizada la guerra terminó sus estudios, y trabajó en el Centro de Investigaciones Lewis en Ohio, después trabajaría en la NACA, lo que luego sería la NASA, y a mediados de la década de los cincuenta se incorporaría al Centro de Vuelos Edwards, donde se convirtió en piloto de investigaciones de aeronaves de alta velocidad, donde tripularía el peligroso “X-15” que alcanzaba velocidades superiores a los 6.000 kilómetros por hora y alturas que rondaban los 100 kilómetros. También volaría, como probador de aviones en más de doscientos tipos distintos, incluyendo aviones a reacción, cohetes, helicópteros y planeadores. En 1962, a pesar de presentar la solicitud fuera de plazo (siempre hacía las cosas con mucha calma), obtuvo una plaza de astronauta, por lo que se trasladó a Houston para su instrucción.

A principios de los años sesenta, la NASA ya había determinado que para el vuelo lunar se utilizarían dos vehículos, el primero llevaría a los astronautas hasta la órbita de la Luna, y el segundo se encargaría del descenso. Las condiciones ambientales distintas como falta de atmósfera o una gravedad de un sexto la de la Tierra, harían que los entrenamientos de esta última etapa fueran bastante complicados. Mayoritariamente se realizarían con un simulador, pero las prácticas reales necesitarían de un prototipo bastante difícil de simular las condiciones lunares. Neil Armstrong como ingeniero aeronáutico y probador, ya trabajaría en este proyecto en esos años, abandonándolo después y retomándolo a mediados de los sesenta. El prototipo de módulo de descenso era un artefacto con forma de araña, en su parte central inferior tenía dos motores cohete que harían ascender y descender el aparato, y dieciséis propulsores mas que se encargarían de la estabilización y del empuje. El 6 de Mayo de 1968, Armstrong se subía por segunda vez a esta extraña nave. En un momento determinado esta hizo un movimiento brusco de cabeceo iniciando una caída irremediable, Neil se eyectó en la última fracción de segundo, ya que un poco más tarde la expulsión se habría hecho contra el suelo. Pocos minutos más tarde, Alan Bean (astronauta del Apolo 12) pasaba frente al despacho de Armstrong, el cual trabajaba rutinariamente. Unos metros más adelante unos compañeros le contaban lo sucedido, por lo que éste se volvería al despacho de Neil para confirmar la noticia. Cuando Bean le preguntó qué hacía allí después de lo sucedido, éste le contestó: “¿Y qué quieres que haga? Hoy es uno de esos malos días en que pierdes tu nave… ahora necesito terminar unos papeles y luego me voy a casa…” Con esta frialdad y tranquilidad era como se tomaba todas las cosas Neil Armstrong en la vida.


Y por fin llegó el día del bautizo espacial, el 16 de marzo de 1966, Armstrong como comandante y David Scott eran lanzados a la óbita terrestre en la Géminis 8. Su misión era acoplarse a una nave no tripulada y lanzada unos días antes llamada Agena. Dada la habilidad de Neil, la maniobra se realizó a la perfección, pero unos instantes después los astronautas observaban que el nuevo conjunto giraba cada vez más rápido, siendo imposible su detención. Esta situación se producía en una zona de sombra de comunicaciones con tierra, por lo que Neil decidió soltar el módulo Agena para ver si era este el causante del movimiento incontrolado. Una vez liberados, las cosas parecían ir mejor, pero pronto se darían cuenta que estaban girando de nuevo. De seguir así, esta situación les llevaría a perder la consciencia, ya que los giros iban en aumento. Armstrong decidió controlar la nave utilizando los sistemas de reentrada en la atmósfera, con el consiguiente riesgo de no tener combustible suficiente para las maniobras de descenso. La misión tuvo que ser abortada con rapidez, y la nave cayó sobre el Pacífico en una zona no prevista. La causa del problema fue la avería de uno de los motores de estabilización de la nave que se quedó encendido, produciendo un empuje descontrolado que hacía girar la nave. Pero la misión fue un éxito porque la parte importante de la misma que era el acoplamiento se había realizado perfectamente. Nuevamente la frialdad de Armstrong le haría no perder la cabeza, y tomar las decisiones correctas que le salvarían de una muerte segura.


En cierta ocasión, le preguntaron a un astronauta que qué se llevaría a la Luna, y él respondió que mas combustible. El poner un kilo de cualquier cosa en el espacio es tan caro, que el combustible que llevan las naves siempre está muy ajustado a sus necesidades. El 20 de Julio de 1969, Buzz Aldrin y Neil Armstrong se aproximaban en el módulo de descenso a la superficie lunar. Pocos segundos antes del contacto, el rudimentario ordenador de a bordo se colgaba, y los astronautas pasaban a dirigir la nave de forma manual. A pocos metros de la superficie de la Luna observaron que la zona prevista para el alunizaje estaba llena de grandes rocas. El posarse en esta zona podría ser catastrófico, porque de tumbarse el módulo lunar el posterior despegue se haría imposible, y se verían atrapados sin poder regresar. Nuevamente Armstrong iría buscando con su natural parsimonia un lugar apto para el alunizaje, pero el combustible se le acababa, y desde tierra le comunicaban que solo tenía treinta segundos de combustible, en ese momento se debería abortar la misión o quedarse para siempre en la Luna. Neil aguantó hasta los últimos segundos posando el módulo perfectamente sobre el satélite. Nuevamente demostraría su altísima cualificación para el trabajo al que fue destinado.


Este es Neil Armstrong, un hombre tímido, introvertido, que no pierde los nervios ni siquiera en una acalorada discusión, que vivió situaciones dramáticas en la guerra de Corea, o como cuando perdió a su pequeña hija de diez años víctima de un cáncer, que sorteó la muerte con serenidad y sangre fría, y siempre con una tranquilidad pasmosa.

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