A partir de 1957, tras el lanzamiento por Korolev del primer satélite a la órbita espacial, el entorno de la Tierra se vería saturado de todo tipo de artefactos que podían dar lugar a las más inverosímiles confusiones, y no digamos nada si estos estaban envueltos en algún tipo de secretismo especial.
En este ambiente proconspiranoico ocurre esta anécdota que cuenta el doctor en Ciencias Físicas, Sr. Luis Ruiz de Gopegui , cuando en 1973 trabajaba en la estación de seguimiento de Cebreros, muy próxima a la de Robledo de Chavela en Madrid. El trabajo de esta estación consistía en el apoyo a algunas misiones espaciales interplanetarias de la Nasa, como la sonda Mariner 10 dirigida hacia Venus y Mercurio, y la Pioner 10 encaminada a Júpiter. Una vez terminada su misión, la Pioner continuaría un viaje sin retorno adentrándose en las inmensidades del espacio.
Pensando en esta segunda etapa del viaje, los científicos consideraron oportuno enviar mensajes grabados en una placa con el objeto de que algún día pudiera ser interceptada por alguna civilización extraterrestre. En Cebreros se vivía un ambiente que se traducía en constantes discusiones sobre la posibilidad de vida inteligente en nuestra galaxia. En medio de aquel caldo de cultivo, en febrero de aquel mismo año se empezaron a recibir en la estación unas señales extrañas que interferían con las operaciones de seguimiento, deteriorando la telemetría que se recibía de las citadas sondas. Esta situación era bastante habitual, ya que incluso en aquellos años el cielo estaba plagado de todo tipo de satélites, o naves que constantemente interferían en los trabajos en curso. Normalmente no es difícil identificar la procedencia de estas señales, puesto que todos suelen estar perfectamente catalogados. Además, existen una serie de acuerdos amistosos, por los cuales cuando un país interfiere a otro, la agencia espacial que posee la nave o satélite interferido, solicita que se apaguen las transmisiones causantes de la interferencia durante los periodos críticos en los que la sonda debe efectuar maniobras importantes.
Lo primero que se hizo en Cebreros fue intentar identificar la procedencia de las señales, para lo que existen catálogos especiales con las principales características de los artefactos situados en el espacio exterior. Sin embargo la concienzuda búsqueda no dio ningún resultado positivo, por lo cual se recurrió al centro de control de la Nasa en Pasadena. Pero a pesar de las constantes llamadas telefónicas, teletipos y mensajes, los colegas de Pasadena no aportaban ningún tipo de soluciones al problema. Ya habían pasado más de dos meses y aquella situación seguía subsistiendo, con la consiguiente desesperación de los empleados de Cebreros, por lo que se solicitó al Dr. Manuel Bautista, entonces director de los proyectos de la Nasa en España que hiciera las gestiones a mas alto nivel, con el fin de acabar con aquel molesto problema.
Mientras tanto, los empleados de la estación de Cebreros disparaban su imaginación especulando sobre la hipótesis de naves extraterrestres que vigilaban nuestra civilización.
El Sr. Bautista expuso el problema al general Truszynski, entonces Administrador Asociado de la Nasa para Redes de Seguimiento de Vehículos Espaciales, el cual pasadas un par de semanas aún no había dado la mas mínima respuesta. Mientras tanto las especulaciones en Cebreros aumentaban, discutiendo sobre la posibilidad de que aquellas señales pudieran ser de origen extraterrestre.
Pasado un mes, Bautista volvió a llamar a Truszynski, el cual respondió escuetamente a las preguntas de Bautista: “Manuel no me vuelvas a molestar con las malditas señales, en Madrid tenéis que aprender a vivir con ellas… ¿Ok?” Bautista asombrado insistió: “Si…, pero…, es que resulta… que…” A lo que Truszynski respondió con rotundidad: “Manuel, las señales provienen de uno de nuestros satélites de nuestro Ministerio de Defensa, no pienso hacer nada por resolver vuestro problema. ¿Satisfecho?” Bautista comprendió rápidamente lo que estaba ocurriendo, las interferencias provenían de uno de los satélites espía de los Estados Unidos, que no estaban incluidos en los catálogos públicos de objetos espaciales. Los satélites espías tienen una vida muy corta por lo que las señales desaparecieron pocos días después. El morbo desatado en Cebreros dio paso a la decepción de todos aquellos que ya querían ver más allá de la realidad.