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martes, 23 de febrero de 2010

Cuarenta años en la Luna


Hace ya cuarenta años que el hombre pisó la Luna, y muchos escépticos dudan aún de tal empresa. Y verdaderamente aquí sí que podemos decir eso de que la realidad supera la ficción. No es para menos, en apenas doce años pasamos de salir por primera vez de la burbuja atmosférica, a adentrarnos en la inmensidad del espacio camino de otro astro. Y es que poner una nave en la Luna supone algo así como disparar una bala desde un caballo al galope, a una diana que se mueve a tres mil setecientos kilómetros por hora y que se encuentra a cuatrocientos mil kilómetros de distancia. Con la dificultad añadida de que la bala ha de rozar la diana, con una precisión tal que de pasar muy cerca equivaldría a que nuestra nave se estrellara contra la superficie lunar, y de pasar muy lejos nos perderíamos en la profundidad del espacio. Todo un auténtico trabajo de ingeniería y precisos cálculos matemáticos. Pero es que no podemos ni imaginarnos, hasta donde pueden llegar nuestros científicos cuando disponen de los presupuestos adecuados.

Y qué decir tiene la honestidad de la NASA, que a pesar de presumir de transparencia informativa, años después nos vamos enterando de que misiones dadas por exitosas estuvieron al borde de la catástrofe. Entre otras, recordemos la reentrada de...
John Glenn, que estuvo a punto de achicharrarse debido a un fallo en el sistema de desprendimiento del módulo de servicio. O del precipitado retorno de Scott Carpenter en la Mercuri 7, que amerizó a quinientos kilómetros del lugar previsto. Y como no, de la misión del transbordador STS-37 que tomó tierra quinientos metros antes de la entrada en pista, a lo cual la agencia norteamericana respondería con un: “todo dentro de la normalidad”.

Pero a pesar de todos estos inconvenientes, hasta cierto punto comprensibles, el fraude de la llegada del hombre a la Luna, sería rizar el rizo. Una prestigiosa nación como Estados Unidos, no podía verse inmersa en semejante mentira. El problema es que nosotros no estábamos allí para verlo, y esto es aprovechado por los conspiranóicos para buscarle cinco pies al gato, y pretender hacernos ver lo que no se ve por ninguna parte. Pero si había alguien interesado en el fracaso Norteamericano, estos eran los soviéticos, que se estaban jugando su reputación como nación y sistema político, y sin embargo, nunca negaron la llegada de los americanos a la Luna. Y es que ellos sí lo pudieron ver en vivo y en directo, puesto que mientras Armstrong y Aldrin descendían al suelo lunar, una sonda soviética controlaba todos sus pasos, al igual que todas sus conversaciones radiofónicas con la base de control. Hablar de fraude sería tomar por estúpidos a los más de doscientos millones de soviéticos de la época. Sería tomar por tontos a los millones de científicos de todo el mundo. En definitiva, sería reírse de toda la humanidad.

Y, ¿Por qué repetir el fraude cinco veces mas? Es absurdo seguir jugando con fuego si todo fuera una mentira. Hubieran quedado muy bien yendo una vez y diciendo allí no hay nada interesante, no nos interesa arriesgar vidas humanas y gastar tanto dinero, así que no volvemos mas. Y, ¿Por qué editar más de veinte mil fotografías, o cientos de horas de vídeo y películas? Con bastantes menos hubiera sido suficiente, y no se daría pié a posibles errores. Habría que tener una absoluta seguridad y arrogancia para no cometer ningún error evidente.

No digamos nada de la cantidad de gente que colaboraría en toda esta jugarreta: cámaras, directores, vestuario, técnicos de iluminación, obreros de todo tipo, etc. etc. Que siempre se podían ir de la lengua, y aportar pruebas intachables. O los mismos astronautas, que dieron infinidad de conferencias, entrevistas, debates, y nunca se ha encontrado algo definitivo que diera al traste con todo.


(Parodia de la grabación de la llegada del hombre a la Luna)

Por último, si examinamos a los partidarios de la conspiración, veremos que son gente sin ninguna cualificación científica que de alguna manera avale sus teorías, gente de profesiones y especialidades diversas que un día encontraron un buen filón para salir en televisión, publicar libros, o escribir artículos. Frente a científicos reconocidos, ingenieros, o afamados profesores de universidad.

Verdaderamente es más fácil ir a la Luna que realizar un montaje sin precedentes como el que algunos proponen. En los años sesenta en Estados Unidos, coincidieron una serie de factores que facilitaron que los presupuestos para la exploración espacial llegaran a cifras que nunca mas se volverían a alcanzar. Y como dije al principio, no podemos ni imaginarnos hasta donde pueden llegar los científicos cuando disponen de dinero.

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La desaparición del cosmonauta Valentín Bondarenko.



Corrían los años cincuenta, y la Unión Soviética comenzaba una nueva era: “la exploración espacial”. En 1957 ponían por primera vez un artefacto hecho por el hombre, en la órbita de la Tierra. Y un mes después, era un ser vivo el que salía de la atmósfera terrestre. El objetivo inmediato ahora, sería lanzar a un hombre al espacio.

En la Unión Soviética, todo lo relacionado con la exploración del espacio estaba a cargo del estamento militar, por lo que se pediría entre las tropas, voluntarios para una misión completamente desconocida. El “espacio” era un entorno tan hostil, que las naves se construirían completamente automatizadas, de tal forma que serían en todo momento controladas desde tierra. El cosmonauta, era un mero conejillo de indias que intentaría sobrevivir en un ambiente de ingravidez, radiaciones cósmicas y aceleraciones brutales. Por tal motivo, la selección humana se haría buscando auténticos superhombres, que fueran capaces de soportar todo tipo de situaciones. De los más de tres mil candidatos, únicamente una veintena llegaron a...
engrosar el cuerpo de cosmonautas, todo ello siempre bajo un secretismo total. Solamente en el caso de esposas y pocas madres, conocían el destino de estos jóvenes.



El hermetismo soviético traería consigo la creación de numerosas leyendas de astronautas que se perdían por el espacio sin poder regresar. Con nombres perfectamente identificables para dar mas veracidad a las historias: Shiborin, Mitkov, Pyotr Dolgov, Belokonev y otros muchos, se harían popularmente famosos, a pesar de no haber existido nunca. Ya en los años noventa, con la “glasnot” y la posterior desaparición de la U.R.S.S., historiadores de la talla de: Asif A. Siddiqi, James Oberg, Robert Zimmerman, etc., entrevistaron a gran cantidad de cosmonautas, directores de vuelo, técnicos, entrenadores, etc. sin obtener ningún resultado positivo sobre la existencia de estos hombres. Solamente un caso de desaparición sería constatado por todos ellos, este era el caso de Valentín Bondarenko(en la foto). Esta historia conoció la luz cuando en 1991, “Golovanov”, un periodista del diario Izvestiya y excosmonauta, lo publicaba treinta años después de acaecer tan terrible suceso.

Bondarenko era uno de los veinte cosmonautas seleccionados para alcanzar la gloria. Las pruebas y entrenamientos que estos hombres deberían de soportar eran de extrema dureza. La última de ellas, consistía en el aislamiento durante quince días, en una cámara presurizada con un índice de concentración de oxígeno del cincuenta por ciento.



Esta prueba estaba diseñada para descartar a aquellos que no estuvieran capacitados para soportar el largo confinamiento de un viaje espacial. Poco tiempo faltaba ya para el lanzamiento del primer hombre al espacio, y Bondarenko era uno de los principales candidatos cuando entró en la cámara. A los diez días de internamiento, fue sometido a una prueba de monitorización médica a través de electrodos sujetos a la piel. Una vez terminada se quitó las ventosas, limpiando los residuos con algodones humedecidos en alcohol. Sin querer, uno de ellos fue a caer sobre un plato caliente diseñado para calentar su comida. Como la atmósfera era rica en oxígeno, saltó una chispa que provocó un incendio dentro de la cámara. Presa del pánico, Bondarenko golpeaba sus ropas tratando de apagarlo, sin conseguir otra cosa que avivarlo aún más. Debido a la baja presión en el interior, se tardarían varios minutos (según cuenta Golovanov) en abrirla. Sin embargo, el doctor Vladimir Golyakhovsky, que atendería al cosmonauta declararía que el tiempo que este permaneció en la cámara fue de media hora. Bondarenko, sería trasladado a un hospital cercano, donde llegó con vida, y balbuceando no cesaba de repetir: “Ha sido culpa mía, ha sido culpa mía”. El doctor Golyakhovsky diría a la televisión: “Le retiré la manta con mucho cuidado, entonces vi un cuerpo completamente calcinado, de un modo que nunca había visto antes, y nunca vi después. No tenía piel, no tenía pelo, ni siquiera tenía ojos. Sabíamos que era mejor mantener las bocas cerradas y no decir nada sobre semejante secreto de estado.” La única parte del cuerpo que quedó intacta fueron las plantas de los pies que habían sido protegidas por la botas. Con gran esfuerzo por parte de los médicos, allí consiguieron localizarle un vaso sanguíneo para administrarle calmantes por vía intravenosa. Era todo lo que los médicos podían hacer por él, aliviarle el sufrimiento en lo posible, pues era evidente que en su estado no podría sobrevivir. Según Golyakhovsky, Bondarenko moriría dieciséis horas después. En el hospital no se dieron detalles del accidente, y sería registrado con el nombre de “Sergeyev”.



La imagen mundial que al régimen soviético, sumido en plena Guerra Fría, pudiera ocasionar este accidente, hizo que fuera acallado bajo pena de prisión en los temidos campos de trabajos forzosos siberianos. Todos los archivos, fotografías, cualquier documento que indicara que algún día Valentín Bondarenko había pertenecido al prestigioso cuerpo de cosmonautas soviéticos, sería destruido. No quedaría ningún rastro de su paso por el centro de entrenamiento de cosmonautas. Ya a finales de los años noventa, su hijo se lamentaría ante la prensa estadounidense del trato ofrecido a su padre por el ejercito soviético; mientras otros cosmonautas eran enterrados con honores en la Plaza Roja, y sus viudas recibían una generosa pensión, a la viuda e hijo de Bondarenko no les quedaría ni el orgullo de poder decir que su esposo y padre, algún día había engrosado la lista de los candidatos a entrar en la historia de la astronáutica soviética. Solo su recuerdo quedó en la mente de sus compañeros, que divulgaron su sacrificio después de la caída del régimen soviético.

Valentín Bondarenko, falleció el 23 de Marzo de 1961 a la edad de 24 años, siendo teniente del ejercito del aire de la Unión Soviética. Fue enterrado en Jarkov (Ucrania), donde había crecido y donde aún vivían sus padres. Dejó una joven esposa (Anya), y un hijo de cinco años (Aleksandr), que llegaría a ser oficial del ejército. En aquellos momentos, Anya trabajaba en el centro de entrenamientos de cosmonautas, trabajo que dejó poco después de la muerte de su marido por razones que se desconocen.

Posteriormente, una serie de cosmonautas serían también borrados de todos los registros militares, debido a expulsiones causadas por indisciplinas, mal comportamiento, o simplemente enfermedades que les hacían incompatibles para su misión. Con la glasnot, todos estos casos hallarían la luz, y hoy en día casi podemos decir sin miedo a equivocarnos, que conocemos el noventa y nueve por ciento de todo lo acaecido en aquellos tiempos en la Unión Soviética. Constatándose así, solamente un caso de desaparición por fallecimiento en la exitosa exploración espacial de la U.R.S.S.

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Laika, un sacrificio para la historia.


El 4 de Octubre de 1957, la Unión Soviética sorprendía al mundo con el lanzamiento del primer satélite artificial, el “Sputnik 1”. Tras el shock inicial de la nación norteamericana, que en ningún momento consideró que los soviéticos pudieran tener una tecnología tan avanzada como para llevar a cabo tal evento, el 3 de Noviembre vuelven a sorprender con otra hazaña de superiores características. Mientras los Estados Unidos buscaban igualar la contienda con el lanzamiento del Vanguard-1, un satélite de 1,5 kgs., frente a los 85 kgs. del Sputnik-1, ahora el Sputnik-2 debía de elevar a la órbita un peso de 508 kgs. Pero lo verdaderamente sorprendente no fue este dato técnico que todo el mundo obvió, sino la presencia en su interior del primer ser vivo que saldría de la atmósfera terrestre. La perrita “Laika”(en la foto) viajaba en su interior, en un viaje al espacio sin retorno.



Laika, era una perra reclutada por el ejército rojo vagabundeando por las calles de Moscú. Por sus cualidades pronto pasó a formar parte del equipo de perros destinados al programa espacial soviético. Pesaba unos 6 kgs. y tenía una edad aproximada de 3 años cuando fue capturada. Después de una rigurosa selección, llegarían a una fase final junto a Laika: Albina y Mushka. Albina sería lanzada en dos ocasiones en un vuelo suborbital para probar la resistencia a grandes alturas. Por su parte Mushka, volaría en el Sputnik 6 falleciendo junto a Pchelka el 1 de Diciembre de 1960 al explotar la capsula en la reentrada. Tiempo después se diría que la capsula había sido explosionada de forma manual al comprobar que debido a un error iba a aterrizar en otro país, pero lo cierto es que cuando llegó el momento de regreso, el retrocohete no funcionó bien, impidiendo la maniobra. El motor no se apagó en el momento previsto, causando una penetración atmosférica demasiado angulada. Los dos perros quedaron atrapados sin posibilidad de recuperación, y murieron carbonizados.

El entrenamiento de estos perros consistía en acostumbrarlos al entorno que encontrarían en su viaje espacial. Para ello, se iba reduciendo sistemáticamente el espacio de sus jaulas, manteniéndoles en un estado de inmovilización durante 15 o 20 días. Rutinariamente se les sometía a grandes ruidos y vibraciones, similares a los que se producirían en el despegue. Las fuertes aceleraciones eran entrenadas en centrifugadoras similares a las que veríamos después con los astronautas. Durante estas actividades tanto la presión arterial como el pulso llegaba a duplicarse, provocando alteraciones nerviosas, disfunciones en el sistema excretor de los animales, al igual que su condición física en general.

El habitáculo en que viajaría Laika, sería tan reducido que solamente le permitiría tumbarse o ponerse de pié. Sujeta a unos arneses para evitar el vuelo en ingravidez, prácticamente no podía moverse. Sobre su cuerpo se le instalaron sensores para controlar sus funciones vitales de forma telemétrica desde el control de tierra.

En el momento del lanzamiento, el ritmo respiratorio de la perra se cuadruplicaría, la frecuencia cardiaca pasaría de 102 latidos a 240. Solamente pasadas tres horas recuperaría su pulso normal, cuando en los entrenamientos esta estabilización se producía en una hora escasa. Esta situación denota el grado de estrés al que se había sometido al animal. Aunque curiosamente los datos telemétricos indicaban que Laika comía.

El hermetismo soviético llevaría a la proliferación de todo tipo de leyendas e informaciones confusas sobre la realidad. De Laika, se dijo que vivió diez días en el espacio, hasta que las reservas de oxígeno se acabaron. También se dijo que al final del depósito de comida a base de gelatina, había un veneno que la haría dormirse lentamente. O que intencionadamente se suministraría un gas letal una vez realizados los experimentos pertinentes. Ante las constantes críticas mundiales de las sociedades para la defensa de los animales, la U.R.S.S. informaría que el animal retornaría vivo a la Tierra, a pesar de que la capsula en que viajaba no tenía sistema de retorno. Pero lo cierto fue que la perra solo sobrevivió unas cuatro órbitas, puesto que desde tierra se habían dejado de recibir señales vitales entre las 5 y las 7 horas del despegue. Debido a un fallo en el sistema de separación de la última fase del cohete y el satélite, estos no se separarían, provocando un sobrecalentamiento en el habitáculo que junto al estrés que venía soportando, serían letales para Laika. Según informaría Dimitri Malashenkov, director del Instituto de Problemas Biológicos de Moscú, en el Congreso Mundial del Espacio, celebrado en Houston en 2002.

La cápsula con los restos del animal daría 2750 vueltas alrededor de la Tierra, antes de que se desintegrara en la atmósfera el 4 de Abril de 1958.

Laika alcanzaría la inmortalidad, apareciendo en obras de numerosos artistas del campo de la literatura, escultura, o música. Muchos países le rendirían tributo insertando su imagen en sellos de correos. En 1997, Rusia colocaría una placa en la entrada del centro de formación de cosmonautas “Ciudad de las Estrellas”, muy próximo a Moscú, donde aparece tímidamente entre las piernas de cosmonautas fallecidos en misiones espaciales. También en Moscú, en el “Monumento a los Conquistadores del Espacio” Laika vuelve a aparecer esculpida. En el 2005 un pedazo de terreno de Marte fue llamado Laika por los controladores de la misión del Mars Exploration Rover. En 1988, el grupo Mecano, en su álbum “Descanso Dominical”, incluyó una canción llamada “Laika” que relata el lanzamiento del Sputnik 2.

Así fue como Laika pasó a encabezar la lista de la cantidad de animales que continuamente son sacrificados en pro de la humanidad.

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Soyuz 5. A veces el diablo va, y se pone de tu parte.




A principios de los años sesenta, la Guerra Fría entre americanos y soviéticos, traslada su campo de batalla al “espacio”. Su objetivo: la Luna. Su objeto: la ostentación de poderío militar. Ambos países rivalizaban mostrando al mundo de forma discreta sus misiles capaces de cualquier cosa. Mientras los americanos caminaban con paso firme y lento, los soviéticos lo hacían dando continuos golpes de efecto: primer satélite en órbita, primer ser vivo, primer hombre, primera mujer en el espacio, etc. etc. … A pesar de la ficticia ventaja, los soviéticos perderían con la muerte de su genio y mentor, Serguei Korolev en 1966, todas las opciones de victoria. Mientras los americanos orbitaban la Luna a finales de 1968, los soviéticos aún estaban haciendo ejercicios de reencuentro y acoplamiento en la órbita terrestre. Y es entonces cuando acaece esta historia, la reentrada mas espeluznante de la carrera espacial.

La nave soviética Soyuz, estaba formada por tres cuerpos: El primero era el módulo orbital que era...
un pequeño habitáculo ovoide que servía de almacén, o para realizar experimentos. El segundo, con forma acampanada, era el módulo de descenso, donde viajaban los cosmonautas; en su parte superior había una escotilla que daba paso al módulo orbital, junto al paquete de paracaídas, y en su parte inferior estaba el escudo térmico y los retrocohetes que suavizaban el contacto con el suelo en el descenso. Y por último, el módulo de servicio de forma cilíndrica, que portaba todo el sistema mecánico de la nave.



En el momento de la reentrada, la nave soltaba el módulo orbital que se desintegraba contra la atmósfera. Una vez realizadas todas las maniobras pertinentes, se desprendía también del módulo de servicio, quedando en caída libre el módulo de descenso que afrontaba el fuerte calor de la fricción atmosférica con el escudo térmico. Por último se habrían los paracaídas y a pocos metros del suelo arrancaban los retrocohetes que suavizaban el contacto.

El 14 de Enero de 1969, la nave Soyuz 4 partía del centro de lanzamientos de Baikonur con el cosmonauta Vladimir Shatalov, rumbo al espacio. Al día siguiente lo haría también la Soyuz 5, en esta ocasión con tres cosmonautas: el comandante Boris Volynov(en la foto), el ingeniero de vuelo Aleksei Yeliseyev, y el especialista Yevgeny Khrunov. El objeto de la misión era acoplar las naves en el espacio, transbordar a dos de sus ocupantes de una a otra y retornar a tierra. Todo iba correctamente según los planes preestablecidos, hasta que llegó el momento de realizar la maniobra de reentrada de la Soyuz 5, ahora con un solo ocupante, el cosmonauta Boris Volynov. El módulo orbital se desprendió correctamente, sin embargo cuando ya se encaraba el contacto con la atmósfera, el módulo de servicio quedaba atascado y sujeto al módulo de descenso. En tal situación, la nave afrontaba el choque atmosférico con la escotilla de acceso al módulo orbital y no con el escudo térmico. Boris comunicó el problema a la base, pero estos se quedaron impotentes ante la situación. Intentó varias maniobras sin éxito, lo que le llevó a agotar el poco combustible de que disponía. La fricción exterior contra la atmósfera iba subiendo la temperatura en la capsula. Las gomas que sellaban la escotilla de acceso al módulo de servicio, se fundían y desprendían un humo negro asfixiante. Curiosamente Bolynov mantenía la serenidad, y arrancaba las hojas del libro de a bordo para colocarlas en el centro del mismo, y guardarlo entre sus ropas con el fin de protegerlo lo más posible, a la vez que grababa en la caja negra todas las incidencias que se iban produciendo en su trágico descenso. Puesto que la maniobra se estaba realizando de forma invertida, Boris permanecía colgado de los arneses de seguridad y no sentado sobre su sillón, situación ésta muy incómoda, incluso dolorosa. Cuando la temperatura se hacía insoportable, un fuerte golpe sacudió la nave, y de repente Bolynov caía sentado en su sillón. El módulo por fin se había desprendido, y la nave caía ahora con el escudo térmico por delante. El cosmonauta respiraba aliviado, se había salvado de una muerte segura. Pero poco le duraría esta tranquilidad. La nave caía descontrolada y girando sobre su eje, el combustible estaba completamente agotado, y los motores encargados de recuperar la estabilidad no se encendían. Llegado el momento, los paracaídas se abrirían de forma automática y quedarían enroscados sin posibilidad de abrirse, como así ocurrió. Ahora, Boris, se resignaba a morir aplastado. Pero cuando estaba a pocos metros del suelo, los paracaídas fueron cogiendo aire y rápidamente se abrieron. Por segunda vez en pocos minutos se salvaba de una muerte más que segura. La falta de combustible hizo que los retrocohetes de frenado no se encendieran, y el impacto contra el suelo fue terrible, hasta el punto de partirse varios dientes. Pero las penalidades no acabarían aquí. La capsula había caído en los Urales al atardecer y en medio de una fuerte nevada. La temperatura exterior marcaba 38 grados bajo cero. El equipamiento del cosmonauta no estaba preparado para aquellas temperaturas, y los helicópteros no localizaban el lugar de la caída. Todo apuntaba a que tendría que pasar la noche allí, y en aquellas condiciones la muerte le sobrevendría por congelación. Sabía que allí no se podía quedar, y que con aquella ropa no podría ir muy lejos. Decidió salir a la aventura, y después de andar a duras penas por la nieve, vio que detrás de una arboleda salía humo. Efectivamente, allí había una cabaña de un pastor que lo acogió aquella noche dándole abrigo. Al día siguiente los helicópteros localizaron la nave, y siguiendo las huellas dejadas por Volynov llegaron a la cabaña donde fue rescatado.

Pero las gracias y desgracias de Volynov no acabarían aquí. Pocos días después, en una cabalgata de cosmonautas en coches por las calles de Moscú, un francotirador erraba su tiro matando al conductor del coche en que viajaba Boris, el coche se estrelló y los cosmonautas resultaron con lesiones leves.

Como dice Joaquín Sabina: “A veces el diablo va, y se pone de tu parte”.

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Korolev y el Sputnik



Cuando en 1945 acabó la II Guerra Mundial, la nación soviética se hizo la siguiente reflexión: “En el plazo de dos siglos hemos tenido dos grandes invasiones por naciones rivales: en el siglo XIX Napoleón, y en el XX Hitler. Hemos de tratar de evitar que esto vuelva a suceder”. A partir de este momento los soviéticos iniciaron una política armamentística con el único objetivo de ser la nación más poderosa del mundo. El hipotético y mayor rival a batir eran los Estados Unidos, solo ellos tenían un arma que podría destruirlos de un plumazo, “la bomba atómica”. Por ello, todos sus esfuerzos se encaminarían en conseguir la terrible arma. En 1949 se realizaban las primeras pruebas nucleares con un éxito total.

Pero ahora aparecía un segundo problema: ¿Cómo lanzar esta bomba desde la Unión Soviética y ponerla en cualquier punto del mundo? Por su parte los norteamericanos poseían bases estratégicas repartidas por todo el planeta, desde donde sus potentes bombarderos podrían despegar, y viajando a grandes alturas alcanzar los objetivos más insospechados. Las miradas soviéticas se dirigían ahora hacia la cohetería. Los famosos “V2” alemanes habían demostrado el potencial de esta nueva forma de transporte. Comenzaba entonces
, un nuevo reto de la tecnología armamentística.

Las purgas de Stalin, receloso en especial de todos aquellos científicos que pudieran poner en peligro su situación de poder, llevó al país a prescindir de una buena parte de los mejores cerebros. Pero esta situación no duraría mucho, pronto comprenderían que una nación no podía progresar teniendo a sus científicos encarcelados.

Uno de estos científicos era Serguei Korolev(en la foto), un piloto probador de aviones con unos amplios conocimientos en ingeniería aeronáutica y aficionado en su juventud a la cohetería. Bajo la dirección de Tupolev, el famoso fabricante de aviones, participaría muy directamente en la construcción de los cohetes Katiusha, que tantos estragos harían en el frente alemán de la II Gerra Mundial.

Pronto el ejército soviético vería en Korolev al hombre mas capacitado para emprender la obra de fabricar el que sería el “ICBM” (misil balístico intercontinental). Para ello en 1955 en Tyura Tan actual Republica de Kazajistan, se comenzarían las obras de construcción del que sería, aún hoy en día, el mayor cosmódromo del mundo. Poco después se daría a conocer esta base de lanzamiento con el nombre de “Baikonur”, ciudad situada a cuatrocientos kilómetros al norte, y con el único fin de despistar a los agentes de la inteligencia norteamericana.

En Agosto de 1957, se realizarían las primeras pruebas del lanzador “R-7”, con un formato que aún hoy en día se sigue usando en Rusia como lanzador de las naves Soyuz. El cohete se componía de dos fases, con cuatro propulsores en su base y un total de treinta y dos motores que deberían funcionar con toda precisión al unísono.

En 1954 la recién creada Organización de Naciones Unidas declararía a la segunda mitad del año 1957 y todo 1958 como “Año Geofísico Internacional”. Ante tal evento los norteamericanos anunciarían la puesta en órbita de un satélite artificial para esas fechas, a lo que automáticamente responderían los soviéticos anunciando el mismo proyecto.



En ningún momento el mundo y en especial la nación americana, consideraron la tecnología de la U.R.S.S. capacitada para llevar a cabo tal empresa.


Al atardecer del 4 de Octubre de 1957, Serguei Korolev y su equipo, lanzarían desde la base de Baikonur en la ojiva de un R-7, el primer satélite artificial al que llamarían “Sputnik”, que quiere decir “viajero”. El Sputnik tenía forma esférica, con un diámetro de 58 centímetros, 84 kilogramos de peso, y cuatro antenas de tres metros de longitud. Llevaba en su interior un equipo de radio para su localización, que emitía un: “bip, bip”, que luego se haría famoso a nivel mundial, y cuya frecuencia se encontraba en la mitad de la banda de los radioaficionados norteamericanos, crispando así los ánimos de toda la nación cuando cada hora y media pasaba sobre sus cabezas. Estaría en vuelo tres meses, hasta que debido al roce con la escasa atmósfera existente en su baja órbita (920 km. en su apogeo y 250 km, en su perigeo), perdería velocidad cayendo a tierra y desintegrándose con el fuerte calor de la reentrada.



Curiosamente, los soviéticos no le dieron al evento una gran importancia. Nikita Kruschef comentaría:”Otro cohete mas de Korolev”. Por otro lado el diario Pravda solo publicaría unas líneas en primera página. Sin embargo, en los Estados Unidos la noticia sentaría como un jarro de agua fría, sería un duro golpe a la política de Eisenhower. Al conocerse en Moscú el revuelo creado en todo el mundo, al día siguiente Pravda dedicaría toda la primera página a comentar la gran hazaña.

En 1958 la Fundación de los Premios Nóbel solicitaría al Kremlin la información necesaria sobre la persona artífice del lanzamiento del Sputnik 1, para otorgarle tan preciado galardón. La negativa soviética a prestar cualquier tipo de información considerada de alto secreto militar, privaría a Korolev de obtener tal distinción. Solamente el mundo conocería su nombre cuando en 1966 fallecía victima de una complicación en una operación para extirparle un tumor.



Serguei Korolev era un hombre afable, con un gran poder de persuasión y que destinaba un día a la semana a atender las reclamaciones de sus empleados. Su fallecimiento provocaría el caos en el programa espacial soviético, debido a los diferentes grupos de constructores que rivalizaban por conseguir los mejores presupuestos. En “la carrera espacial”, los soviéticos quedarían en clara desventaja frente a los norteamericanos, viéndose poco después obligados a tirar la toalla en su objetivo lunar. Pero aún tendría tiempo de dejar prácticamente terminado el diseño de la nave Soyuz, que cuarenta años después a pesar de los cambios lógicos de la nueva tecnología, aún sigue manteniendo el mismo formato de tres cuerpos, y sirve de pequeño utilitario de transporte a la Estación Espacial Internacional. Los objetivos de Korolev nunca estuvieron encaminados a conseguir misiles capaces de destruir el mundo, sino que aprovechó los presupuestos militares para lograr la ilusión de su vida, poner un hombre en la Luna, objetivo este que nunca vería cumplido, pero su satélite artificial sería uno de los avances científicos mas importantes del siglo XX.

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